¿Mudanza=Incendio? Una experiencia personal

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Por Eduardo M. Cristóbal. 

Aunque aún queda alguna caja que desembalar y algún trasto que colocar, la pasada semana llevamos a cabo el traslado a nuestra nueva oficina en la Calle Smara 15, Viesques, a unos diez minutos andando de la que hasta ahora era nuestra sede en Avenida Mar Cantábrico 17.

Desde que nos anunciaron el cambio de emplazamiento, los deseos de ir para allá, seguramente alimentados por la curiosidad de conocer el nuevo local, iba en aumento. Un amigo, metido también en un ‘berenjenal’ similar, me recordaba el dicho de que tres mudanzas equivalían a un incendio: siempre se pierde algo importante. Y es que durante estos últimos tiempos habíamos venido compartiendo local con nuestros compañeros del Grupo ISASTUR. El café (que no roce, salvo overbooking habitual en la cocina) hace el cariño y la relación con todos ellos siempre fue muy buena.

Por este motivo, tuvieron el gran detalle de invitarnos el día previo a nuestra marcha a un desayuno donde poder degustar café, zumo y bollería, algo ‘extraño’ en una oficina donde apenas solía haber celebraciones en torno a la comida (nótese la ironía). Tras un emotivo discurso por parte de Jaime, un vídeo y un buen montón de fotografías hechas por Javier, volvimos a la cruda realidad: había que ponerse ‘en serio’ con el empaquetado.

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Un servidor, que ya tenía experiencia reciente en estos menesteres, quiso ser previsor. Empecé a organizarme prácticamente con una semana de antelación. Aprovechando ratos libres, montones de papel iban al contenedor de reciclaje mientras que otros tantos se archivaban y empaquetaban para la mudanza.
Como suele ocurrir, esa previsión sirvió de poco (o nada) cuando el café y el mojí se me atragantaron ante el amasijo de premios, paquetería, documentación, libros y un sinfín de cosas pendientes de empaquetar.

Una tregua vespertina para poder seguir trabajando dio paso a un viernes movido. Consciente de lo que se venía, preparé unas pequeñas ‘bombas’ energéticas de nuez y frutos rojos (mejorables, todo sea dicho) para que el personal cogiese algo de fuerza durante la jornada. Ángel le puso banda sonora al desorden colectivo con alguna canción de Bon Iver, poniendo el tono emotivo a la despedida que se estaba rumiando. Algunos insensatos, jugándose la vida, cogían las tijeras de Amelia sin permiso. Mientras tanto, las cajas se agotaban. En ese momento me reclamaron en el almacén: cintas, CD, cajas y todo tipo de parafernalia relacionada con campañas se amontonaban allí. Terreno casi desconocido para mí y con más polvo que sitio para maniobrar (¡tres personas!), aquello no recordaba precisamente al glamour de Don Draper en ‘Mad Men’.

Las cajas salían del almacén justo a tiempo para que los responsables de la mudanza empezasen a llevárselas. Solo quedaban los ordenadores que llevaríamos con especial mimo en nuestros coches.

El industrioso autor de este artículo tratando de hacer de aprendiz de brujo y conseguir que las cajas de la mudanza se muevan solas.

El industrioso autor de este artículo tratando de hacer de aprendiz de brujo y conseguir que las cajas de la mudanza se muevan solas.

Sudado como un seleccionador nacional de fútbol (¿a quién se le ocurre hacer una mudanza en camisa?), tras dos idas y venidas del coche a la puerta y de la puerta al coche pude parar y comprobar a dónde me habían llevado: Unas puertas grandes, una entrada bonita, un espacio muy abierto y un baño bastante más original que el de Mar Cantábrico. Muy chulo, pero ahora tocaba hacerse al sitio. Situado entre mis compañeros Sonia y Jaime (que Dios se apiade de ellos), empezamos a recibir cajas y a desempaquetar.

Portátil, pantalla, muñeco de LEGO, chica zombie comiendo cerebro, foca de amigurumi, castaña del Parque San Francisco… Con lo propio hecho, llegó el turno de ayudar en lo que buenamente se pudo y de probar el sofá de la entrada. Aprovechando el trajín que había tras el recibidor, en la ‘soledad del guerrero’, me senté en esa obra maestra de la comodidad, observando la luz que cubría el barrio de Viesques… qué paz. En éstas, nos tomamos una nueva tregua hasta ayer lunes, cuando seguiríamos poniendo más cosas en orden.

Meterse bajo la mesa para conectar los ordenadores a las tomas de red y alguna caja vacía en mal sitio estuvieron a punto de costarnos un buen disgusto, aunque por suerte salimos ilesos. El intercambio y regalo de todo tipo de objetos (libros, portarretratos, vinilos) recordaba a esos programas de TV donde se compran trasteros que albergan chatarra para unos y grandes joyas para otros.

Colocar todo tipo de cosas en el corcho (fundamentalmente fotos de mascotas) o explicar tres o cuatro veces cómo modificar la dirección de la firma de correo fue el paso previo a retomar la actividad diaria de la oficina.

¿He dicho que hay café irlandés en la máquina? Bueno, tiene pinta de que eso dará para otra historia.

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